jueves, junio 11, 2009

Contra la corriente

Información General | Argentinos solidarios

Contra la corriente

El secuestro de la enfermera en Somalia hizo visible un fenómeno silencioso: en la última década se duplicó la cantidad de voluntarios.

Por María Laura Gambale

Fuente:
http://www.revista-noticias.com.ar/comun/nota.php?art=1157&ed=1621

Matías, de 7 años, entró corriendo a la casa con la cara desencajada: “Abuela, ¿dónde está mi pelota?”, le preguntó con ansiedad. “No sé... en el garaje, como siempre”, le contestó ella. “No... ¡entonces el abuelo me la mandó a Formosa!”. A Matías no le causó mucha gracia el descubrimiento que acababa de hacer, pero ya estaba acostumbrado: su abuelo Juan Antonio Lauro es padrino de 18 escuelas de Formosa y tiene a su cargo 2.500 chicos pobres que, sin su ayuda, no podrían estudiar.

Lauro siempre le cuenta a su nieto, que se sienta sobre sus rodillas, historias de allá lejos: que una vez vio un pizarrón colgado de un árbol debido a la falta de aulas en las que aprender las tablas de multiplicar o que los chicos de esa provincia norteña no conocen el alfajor. Matías escucha y a veces no entiende. Pero mama solidaridad.

Hace treinta años que este hombre, de 61 años, camionero de rutas argentinas, dedica parte de su tiempo a pensar en los otros. Cuenta que se cansó de levantar docentes de guardapolvo blanco al costado de la ruta, a las cinco de la mañana, haciendo dedo para llegar a tiempo al izamiento de la bandera de una escuela rural. Y que en el acoplado de su camión, acostumbrado a historias de pasajeros improvisados, guardaba siempre una decena de libros que él entregaba como aliento a sus madrugadores acompañantes. “Yo hago esto para que mis hijos y mis nietos sientan que todo se puede. Así vivo feliz y soy libre, porque siempre tengo lo que quiero”, se emociona Lauro cuando relata su trabajo con la fundación APAER.

El ejemplo de Lauro no es el único caso de historias solidarias. Quizá la que llegó más lejos por el riesgo que implicó fue el de la enfermera argentina de Médicos Sin Fronteras, Pilar Bauzá Moreno, secuestrada durante una semana en Somalia por grupos rebeldes. Ella, pudiendo haber elegido un lugar más sereno para ejercer su profesión, optó por una realidad más sombría e intrincada para atender chicos desnutridos graves.

En los últimos diez años, a los organismos estatales dedicados a la acción social y a la promoción del voluntariado, se sumó el cultivo de espacios nuevos. Su fin es brindar una alternativa activa a problemas como la desnutrición, la alfabetización y el desempleo: hasta el terremoto de 7,9 grados que sacudió al Perú, el último agosto, es un antecedente de la sorprendente espontaneidad del nuevo voluntarismo argentino. Mientras la cifra de muertos crecía hasta los 400 y la emergencia sanitaria colapsaba la vida de miles de peruanos, sorprendía el número de voluntarios dispuestos a colaborar desde la Argentina a través del Gobierno, redes solidarias y organizaciones sin fines de lucro.

Claro que, confiados en que el poder de la voluntad puede torcer destinos, los filántropos locales no sólo luchan contra los desastres naturales. Aunque tengan menos impacto mediático, el hambre, las enfermedades propagadas por falta de información, la marginación del desempleo y un horizonte sin expectativas para niños y jóvenes, son la clase de problemas estructurales que los motivan a unirse sin fijarse en raza, edad ni religión. Según fuentes oficiales de la asociación de los profesionales de las ONG (Asociación de Graduados en Organización y Dirección Institucional: AGODI), el crecimiento del trabajo solidario hizo posible que el número de estas entidades en la Argentina se duplicara: de 50.000 a 100.000 en el transcurso de esta década.

Sin estímulo. “El argentino es solidario, pero no es estimulado para trabajar voluntariamente con continuidad”, sostiene José Miguel Laplace, psicólogo social, hoy jubilado, y que desde hace un año colabora tres veces por semana en la ONG Banco de Alimentos. “La necesidad de devolver a la sociedad lo recibido durante la niñez, alimento y educación para poder desarrollarme –explica a NOTICIAS– me llevó a dedicar parte de mi tiempo para que otros, que hoy mueren desnutridos, tengan también su posibilidad de llevar una vida digna”.

Para Natalia Galik, los chicos también son una preocupación que la llevó a arremangarse. Miembro voluntario de la LBV, una organización no gubernamental internacional que apunta a la inclusión social de personas y comunidades en situación de pobreza, a principios de este año, Natalia comenzó su trabajo voluntario como docente. “No puedo concebir que los chicos se queden sin la posibilidad de desarrollar sus capacidades creativas. Por eso elijo el trabajo grupal como forma de enfrentar el creciente individualismo y aislamiento que gran parte de nuestra sociedad fomenta y acepta a diario”, comenta.

Voluntaria desde hace diez años de la Fundación Brindarse, Ruth Armagno viaja una vez por mes a Formosa, donde la esperan distintas comunidades de aborígenes wichis. Recuerda el día en que le iluminó la cara a un aspirante de músico que soñaba con tocar el acordeón y que no tenía medios económicos para comprar el instrumento. “La apuesta –cree– es abrir un espacio de encuentro entre su cultura y la nuestra, conocer sus necesidades, inquietudes y proyectos”. Para Ruth, la sola condición humana iguala a todos los individuos, sin diferenciación de razas, costumbres y religiones. “Trabajo junto a un grupo de veinte voluntarios en la planificación de obras, como construcción de escuelas, instalación de agua corriente y energía, o realizando talleres en los que se enseñan distintos oficios”.

Eloísa Cereseto es abogada de profesión y voluntaria por vocación. Desde hace más de un año participa en Cimientos, una organización que promueve la igualdad de oportunidades educativas a través de distintos programas de becas y padrinazgos. “No quiero quedarme en la indignación y la queja. Creo que la base del cambio está en la oportunidad, y la educación es el arma fundamental”, dice la abogada. El año pasado, Cimientos tuvo su mayor logro: gracias a sus becas y al acompañamiento escolar, se recibió una camada de 600 alumnos primarios de todo el país que estaban es riesgo de deserción escolar.

Escritora amateur, Graciela de Bernardi es voluntaria desde hace 12 años en la fundación APAER. Decidió colaborar con las escuelas rurales cuando conoció en un viaje a Neuquén “la soledad y el olvido en la que viven los pueblos marginados”.

No es olvido, pero sí su propio pasado que incentiva a Jorge Piscitelli, que fue adicto a la cocaína, la pasta base y otras sustancias. Desde hace más de dos años y medio trabaja solidariamente en el centro de rehabilitación red Programa Vida, dependiente de la Fundación Catedral de la Fe. Llegó para recuperarse. “Trabajo en el centro ayudando a chicos drogadictos que luchan por recuperarse, porque no sólo me siento en deuda con quienes me ayudaron a mí, mostrándome que existe otra forma de vida, más espiritual, sino también para sentirme útil. Además, haber podido resignar mis necesidades en pos de las de otros me hace sentir menos egoísta”. Y agrega: “Veo que nuestra sociedad responde de modo emocional frente a los llamados de solidaridad en circunstancias extremas, pero lo que aún falta es el compromiso diario, la conciencia social en el día tras día, sin necesitar el impacto los medios para actuar”.

Potencia, acto, ley. La tendencia aflora en rincones curiosos. La publicación de avisos solidarios en los grandes diarios refleja que, al compás de quienes ofrecen una mano, la urgencia de quienes la esperan, en especial cuando es su propia vida la que está en riesgo, no puede permitirse esperar respuestas gubernamentales. Primero potencia y después acto, a la filantropía le faltaba hacerse ley. Que lo haya logrado parcialmente es un preámbulo que entusiasma a todos los voluntarios: el 4 de diciembre del 2003, se sancionó la ley de voluntariado social por el Poder Legislativo; el 7 de enero del 2004, se la promulgó parcialmente. Hasta el momento, no tiene una reglamentación que formalice su modo de aplicación. La ley busca promover el voluntariado social en actividades sin fines de lucro, y regular las relaciones entre los voluntarios y las organizaciones donde desarrollan sus actividades. El Poder Ejecutivo, sin embargo, vetó la obligatoriedad de un seguro social que ampararía al voluntario en términos de posibles riesgos mientras esté en actividad. De esa manera, la responsabilidad sobre los contratados queda a cargo de las decisiones de cada ONG, lo que vuelve muy costoso asumir ese pago.

Pero, más allá de las cuestiones técnicas y legales, la solidaridad es algo que tiene que ver con el corazón. Y cuando le cambia la vida a otro, el propio –dicen los que saben– funciona mejor. Si no, basta ver la experiencia de Lauro, el camionero de Formosa, que sobrevivió a dos derrames cerebrales aunque, según la ciencia, sólo un milagro podía salvarlo.

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